Amanda Rodriguez

Amanda Rodriguez

Amanda Rodriguez

Amanda De Jesús Rodríguez, lovingly known as Mamandita by her grandchildren, passed away peacefully on

May 17, 2025, at John Muir Hospital in Walnut Creek, California, at the age of 97. She was born on

September 17, 1927, in Zacatecoluca, El Salvador, and lived a life marked by compassion, faith, hard work,

and unconditional love for her family and community.

From a young age, Amanda turned her home into a refuge for others. She welcomed pregnant girls, motherless

children, elderly individuals without family, and anyone in need of shelter. Even when her house was full, she

would say, “If one can eat, a hundred can eat.” Her generosity knew no bounds. She fed the hungry and shared

her knowledge with those who were unemployed, teaching them how to sell seafood in the market.

As a child, she spent a lot of time with her beloved grandmother Tula while her mother worked, and she was

also very happy with her grandmother Virginia, affectionately called Ginia. She had a joyful and loving

upbringing. She often recalled with a smile how, in her youth, admirers would surprise her with anonymous

serenades.

She married Antonio Vásquez on December 23, 1950, with whom she built a large and loving family. Their

wedding was an unforgettable event that lasted three days, complete with an orchestra and joyous celebration.

Her wedding dress was custom-made by her husband at the most renowned boutique in San Salvador at the

time: Victoria.

Amanda and Antonio shared a life of respect and elegance. They would often go to the casino wearing

masks-a tradition filled with mystery and fun, reflecting her husband’s aristocratic demeanor. They also

enjoyed long walks together in the park in Zacatecoluca, sharing moments of love and companionship.

Amanda took on the role of raising her children with deep commitment, love, discipline, and strong values.

She had a very special bond with her mother, Mama Evita, whom she cared for tenderly, and her brother Raúl.

She also helped raise several grandchildren-Willian, Juan Carlos, and Amanda-and served as a maternal figure

to Morena, Adonay, Ana Gloria, and Graciela.

She was a hardworking, honorable, and respected woman. She proudly taught her children-and many

others-the value of earning a dignified living. She led by example, encouraging her sons and daughters to be

independent and start their own businesses. She always reminded them to choose their partners wisely and

believed that marriage was a sacred, lifelong commitment.

In the 1990s, Amanda began traveling to the United States, splitting her time between California and El

Salvador. She was always an elegant woman with a noble presence. She took pride in her appearance-bathing

daily, using perfume, putting on makeup, and dressing well. She loved going to Ross or asking her daughters

to pick out stylish clothes and shoes for her.

Charismatic and dignified, she had a great sense of humor, even though she carried herself formally. She was a

gifted storyteller and could easily connect with anyone, even strangers. She loved to share El Salvadoran

legends and myths such as El Cadejo, La Siguanaba, El Cipitío, La Carreta Bruja, and El Hombre Sin Cabeza

(the Headless Man). Her faith was unwavering, and she often said, “If you give to those in need, God will

repay you.” She never held grudges; she forgave easily and always sought unity in her family.

She loved plátanos, papaya, and traditional Salvadoran cuisine, as well as marimba music, mariachi, trios, and

waltzes. She was always cold and preferred warm weather, and she enjoyed watching novelas. She loved

celebrating Día de la Cruz, Día de los Muertos, Christmas, and Holy Week. She was very disciplined and

often repeated beloved sayings:

“Early bird gets the worm,”

“The lion judges according to its own condition,”

“If one can eat, a hundred can eat,”

and her classic phrase, “I’m no one’s candy.”

She would also say, “I don’t bother anyone because I don’t like being dragged into others’ messes.”

When asked if she loved someone, she would always smile and say, “Of course I do!”

She is survived by her children: Ana, Reyna, Lucía, Gloria, Antonio, Juan, and Rolando, as well as numerous

grandchildren and great-grandchildren who will carry on her legacy of love, dedication, and strength.

Amanda was a blessing to all who knew her-elegant, loving, wise, and generous. Her memory will live on

forever in the hearts of her family and all those who knew her.

Amanda De Jesús Rodríguez, cariñosamente conocida como Mamandita por sus nietos, falleció en paz el 17

de mayo de 2025 en el Hospital John Muir en Walnut Creek, California, a la edad de 97 años. Nació el 17 de

septiembre de 1927 en Zacatecoluca, El Salvador, y vivió una vida marcada por la compasión, la fe, el

esfuerzo y un amor incondicional por su familia y su comunidad.

Desde muy joven, Amanda convirtió su hogar en un refugio para los demás. Recibía con los brazos abiertos a

niñas embarazadas, niños sin madre, ancianos sin familia y a cualquier persona que necesitara un techo.

Aunque su casa estuviera llena, siempre decía: “donde come uno, comen cien”. Su generosidad no conocía

límites. Alimentaba al que tenía hambre y compartía sus conocimientos con quienes no tenían trabajo,

enseñándoles el oficio de la venta de mariscos en el mercado.

Durante su niñez, pasaba mucho tiempo con su querida abuelita Tula mientras su mamá trabajaba, y también

fue muy feliz con su abuelita Virginia, a quien cariñosamente llamaba Giñia. Tuvo una infancia alegre y llena

de cariño. Siempre recordaba con una sonrisa que cuando era joven, sus admiradores le llegaban a poner

serenatas anónimas.

Contrajo matrimonio con Antonio Vásquez el 23 de diciembre de 1950, con quien formó una familia

numerosa. Su boda fue un evento inolvidable que duró tres días, con orquesta y celebraciones llenas de

alegría. Su vestido de novia fue mandado a confeccionar a la medida por su esposo en la tienda más famosa de

San Salvador en esa época: Victoria.

Amanda y Antonio compartieron una vida de respeto y elegancia. Solían ir juntos al casino con máscaras, una

tradición llena de mística y diversión, reflejo del porte aristocrático con el que se identificaba su esposo.

También disfrutaban de largos paseos en el parque de Zacatecoluca, viviendo momentos de complicidad y

romance.

Amanda asumió con entrega y firmeza el rol de guiar y criar a sus hijos, con amor, disciplina y valores sólidos.

Tuvo un lazo muy especial con su madre, Mama Evita, a quien cuidó siempre con ternura, y con su hermano

Raúl. También ayudó a criar a varios nietos -Willian, Juan Carlos y Amanda- y fue una figura materna para

Morena, Adonay, Ana Gloria y Graciela.

Fue una mujer trabajadora, honrada y respetada. Con mucho orgullo enseñó a sus hijos -y a muchos más- la

importancia de ganarse la vida con dignidad. Fue ejemplo de responsabilidad, rectitud y esfuerzo, y animó a

sus hijos e hijas a ser independientes y emprender sus propios negocios. Siempre les decía que eligieran bien a

su pareja y que el matrimonio era para toda la vida, según la ley de Dios.

A partir de los años 90, Amanda empezó a viajar a Estados Unidos, dividiendo su tiempo entre California y El

Salvador. Siempre fue una mujer elegante, con una presencia que irradiaba nobleza. Se esmeraba en estar bien

arreglada: se bañaba todos los días, se perfumaba, se maquillaba, y cuidaba su forma de vestir. Le encantaba ir

a Ross o pedirles a sus hijas que le escogieran ropa bonita y zapatos.

Era carismática, con un gran sentido del humor aunque siempre muy formal. Una gran contadora de historias,

sabía ganarse el cariño de todos, incluso de aquellos que la conocían por primera vez. Le encantaba narrar

leyendas y mitos salvadoreños como El Cadejo, La Siguanaba, El Cipitío, La Carreta Bruja y El Hombre Sin

Cabeza. Tenía una fe profunda, y creía firmemente que “si uno le da a quien necesita, Dios lo recompensa”.

No guardaba rencor; perdonaba con facilidad y buscaba siempre la unidad en la familia. No le gustaban las

peleas y deseaba que todos se llevaran bien.

Le encantaban los plátanos, la papaya y la comida tradicional salvadoreña, así como la música de marimba,

mariachi, tríos y los valses. Siempre tenía frío, por lo que prefería los climas cálidos, y disfrutaba viendo

novelas. Le gustaba celebrar el Día de la Cruz, el Día de los Muertos, la Navidad y la Semana Santa. Era muy

disciplinada y tenía frases que repetía con cariño y sabiduría:

“El que madruga, Dios le ayuda”,

“El león juzga por su condición”,

“donde come uno, comen cien”,

y su clásica frase “No soy caramelo de nadie”.

También solía decir: “No me meto con nadie porque no me gusta que me lleven entre las patas”.

Cuando alguien le preguntaba si los quería, respondía con una sonrisa: “¡Seguro que sí!”

Le sobreviven sus hijos e hijas: Ana, Reyna, Lucía, Gloria, Antonio, Juan y Rolando, además de numerosos

nietos y bisnietos que continuarán su legado de amor, entrega y fortaleza.

Amanda fue una bendición para todos los que la conocieron – elegante, amorosa, sabia y generosa. Su

recuerdo vivirá eternamente en los corazones de su familia y de todas las personas que la conocieron.

Leave a Message